7 de septiembre de 2012

Elefante Blanco y los pobres invisibles

Recuerdo que por la universidad tuvimos que hacer un trabajo en terreno en la comuna de Pedro Aguirre Cerda. La primera vez que me bajé de la micro, me impresionó una gran construcción abandonada en medio de muchas casas muy humildes. Una persona del lugar nos contó que ese era el hospital Ochagavía, un centro médico que se construyó en un sector popular y pretendía ser el hospital más grande de Latinoamérica, cosa que quedó inconclusa con el golpe militar. A esa construcción le decían el “elefante blanco”.

Al ver la película Elefante blanco de Pablo Trapero se me vino a la mente esa construcción, un gran hospital que pretendía asentarse en un sector popular, pero que con el paso del tiempo queda abandonado por los distintos gobiernos. La diferencia es que en la cinta esta gran construcción se encuentra habitada ilegalmente por muchas personas, incluyendo los sacerdotes que realizan una labor social en la villa. 

Y es que Elefante blanco es una historia desgarradora y transversal para toda Latinoamérica, nos habla desde aquellas grandes obras inconclusas, desde aquellos edificios que están abandonados en medio de la miseria, que se vuelven invisibles con el tiempo. Es la metáfora de los pobres, excluidos de las grandes ciudades a las periferias, a las villas miserias, campamentos, poblaciones callampas, a las favelas. La pobreza en nuestro continente se convirtió en un elefante blanco, tanto tiempo ha estado frente a nuestras narices que se vuelve transparente, se difumina frente a un horizonte desarrollado, como ese gran edificio que se observa imponente al lado de las casitas y calles de tierra, pero en las panorámicas se vuelve invisible al lado de las carreteras y construcciones modernas. 

Los pobres como estos edificios, son un gran dolor de cabeza para las grandes instituciones, para el estado en particular. Cada uno se tira la pelota y trata de dar alguna solución, pero saben que en el fondo seguirá ahí, mientras no sea demolida y destruida desde sus cimientos estará presente en cada gobierno de turno. El trabajo de la comunidad religiosa es tratar de humanizarla, de darle vida a este edificio (y a la villa de forma particular), pero es un ambiente complejo, saben que no pueden inmiscuirse en todos los aspectos, que la droga es más poderosa que la biblia y que mueve más dinero que la canasta de las ofrendas. Esta cinta es una alegoría a la pobreza dura, a esa que duele, no aquella que se muestra en las noticias o en galerías de arte, donde niños con el rostro sucio son retratados en fotografías en blanco y negro. Acá se muestra lo peor de la pobreza, la muerte, los conflictos, las drogas duras, las balaceras en plena calle, los niños sin esperanza. 

Elefante blanco es una gran película, que también funciona como una especie de homenaje a aquella iglesia comprometida con los pobres que es difícil de ver en la actualidad (por lo menos en mi país), aquellos sacerdotes y misioneros que viven en la pobreza y tratan de hacer iglesia donde la curia no llega. Esta cinta nos hace reflexionar sobre muchas cosas, y aunque algunos críticos plantean que los conflictos sociales se hilvanan de mejor forma que los personales (cosa con la que concuerdo), es una gran película que debe ser vista por todos aquellos que tenemos un compromiso social, ya sea desde la religiosidad, la política o la educación. 



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