José se
baja del transantiago que lo deja a unas cuadras de la alameda y camina hacia
el punto de encuentro que puso la CUT y otras diversas organizaciones que
convocaron a la mítica marcha del primero de mayo. El José no porta banderas
rojas con la cara estampada del Che Guevara o Allende. No lleva megáfonos, ni
lienzos de agrupaciones estudiantiles y de sindicatos laborales. El no va con
pantalones con pitillo y parches en la mochila con alusiones a la muerte del
capital y la caída de la iglesia. José lleva unas mallas de limones para
vender, el se prepara para trabajar en
un día en que todos descansan o se
disponen a marchar por los derechos laborales.
Pero
José no tiene derechos laborales, porque no tiene trabajo, es un número en
aquellas estadísticas de desempleo del gobierno central. Posee trabajos
esporádicos y se las arregla para mantener a su familia, constituida por su
pareja y sus dos pequeños hijos. Para el empresariado y parte de la elite
nacional, este hombre es un emprendedor, porque se las ingenia para ir
funcionando a la par de la contingencia: vende helados en verano, lápices con
linternas y bolígrafos en marzo, chocolates y galletones en la entrada al
invierno, flores para el día de la madre, juguetes tóxicos multicolores para el
día del niño, helados con gusto a copete para las fiestas patrias, dientes de
vampiro en halloween, tarjetitas para pegar en los regalos en navidad, antifaces
para las fiestas de año nuevo.
A él le
gusta que los anarquistas dejen la cagá en las tiendas y que se agarren con las
fuerzas especiales, no por una cuestión ideológica, sino porque así el zorrillo
comienza a trabajar más temprano lanzando gases lacrimógenos y las ventas de
limones se disparan como una molotov. Entre
todo el cabrerío, viejos socialistas, profesoras, dirigentes sindicales,
obreros con cascos rojos, sopaipillas, comienza a correr cuando el carro lanza aguas
se dispone a apagar un amague de barricada cerca de la calle Manuel Rodríguez.
El intuye que luego va a quedar la grande, y comienza a ofrecer los limones a
cien pesos.
Los
anarcos comienzan a encender otra barricada y a lanzar camotazos al zorrillo, y
empieza el juego del gato y el ratón, donde todos huyen despavoridos de del
guanaco por las calles interiores,
mientras José se limita a refugiarse con los limones que le quedan detrás
de un quiosco junto a unas jóvenes universitarias. Él no entiende de
petitorios, de conflictos sociales, no comprende lo que es el sistema binominal
ni la ley Hinzpeter, el sólo sabe que los cabros universitarios que marchan con
banderas rojinegras, se convertirán en profesionales y tendrán estabilidad
económica, mientras que él seguirá con sus pololos y los empleos precarios a
los que postula en la Omil de su comuna.
José se
alegra por los disturbios al final de la marcha, ya que gracias a eso vendió todas
las mallas de limones que trajo a la protesta. Él camina junto a la muchedumbre a tomar el
transantiago que lo lleve devuelta a su casa, camina pensando en que los
universitarios hagan otra marcha para vender limones, calculando cuánto dinero
le falta para comprar su carrito de sopaipillas. José no entiende de capitalismo,
plusvalía, coeficiente de gini ni reformas tributarias, solo sabe que cada peso que ahorra es importante para alimentar a su familia y poder llegar a fin de mes.
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