2 de mayo de 2012

El primero de mayo de José


José se baja del transantiago que lo deja a unas cuadras de la alameda y camina hacia el punto de encuentro que puso la CUT y otras diversas organizaciones que convocaron a la mítica marcha del primero de mayo. El José no porta banderas rojas con la cara estampada del Che Guevara o Allende. No lleva megáfonos, ni lienzos de agrupaciones estudiantiles y de sindicatos laborales. El no va con pantalones con pitillo y parches en la mochila con alusiones a la muerte del capital y la caída de la iglesia. José lleva unas mallas de limones para vender,  el se prepara para trabajar en un día en que todos descansan  o se disponen a marchar por los derechos laborales.

Pero José no tiene derechos laborales, porque no tiene trabajo, es un número en aquellas estadísticas de desempleo del gobierno central. Posee trabajos esporádicos y se las arregla para mantener a su familia, constituida por su pareja y sus dos pequeños hijos. Para el empresariado y parte de la elite nacional, este hombre es un emprendedor, porque se las ingenia para ir funcionando a la par de la contingencia: vende helados en verano, lápices con linternas y bolígrafos en marzo, chocolates y galletones en la entrada al invierno, flores para el día de la madre, juguetes tóxicos multicolores para el día del niño, helados con gusto a copete para las fiestas patrias, dientes de vampiro en halloween, tarjetitas para pegar en los regalos en navidad, antifaces para las fiestas de año nuevo.

A él le gusta que los anarquistas dejen la cagá en las tiendas y que se agarren con las fuerzas especiales, no por una cuestión ideológica, sino porque así el zorrillo comienza a trabajar más temprano lanzando gases lacrimógenos y las ventas de limones se disparan como una molotov.  Entre todo el cabrerío, viejos socialistas, profesoras, dirigentes sindicales, obreros con cascos rojos, sopaipillas, comienza a correr cuando el carro lanza aguas se dispone a apagar un amague de barricada cerca de la calle Manuel Rodríguez. El intuye que luego va a quedar la grande, y comienza a ofrecer los limones a cien pesos.

Los anarcos comienzan a encender otra barricada y a lanzar camotazos al zorrillo, y empieza el juego del gato y el ratón, donde todos huyen despavoridos de del guanaco por las calles interiores,  mientras José se limita a refugiarse con los limones que le quedan detrás de un quiosco junto a unas jóvenes universitarias. Él no entiende de petitorios, de conflictos sociales, no comprende lo que es el sistema binominal ni la ley Hinzpeter, el sólo sabe que los cabros universitarios que marchan con banderas rojinegras, se convertirán en profesionales y tendrán estabilidad económica, mientras que él seguirá con sus pololos y los empleos precarios a los que postula en la Omil de su comuna.

José se alegra por los disturbios al final de la marcha, ya que gracias a eso vendió todas las mallas  de  limones que trajo a la protesta.  Él camina junto a la muchedumbre a tomar el transantiago que lo lleve devuelta a su casa, camina pensando en que los universitarios hagan otra marcha para vender limones, calculando cuánto dinero le falta para comprar su carrito de sopaipillas. José no entiende de capitalismo, plusvalía, coeficiente de gini ni reformas tributarias, solo sabe que cada peso que ahorra es importante para alimentar a su familia y poder llegar a fin de mes. 

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