Luego de abordar el problema del signo en el mito además de la manera en que el significante expresa a éste, en estas líneas plantearemos el asunto de la significación de la estructura mítica, y cómo ésta, producida por las interrelaciones entre significante y significado (o mejor dicho, forma y concepto), toma parte fundamental en lo que se refiere a la estructuración de un sentido común por parte del mito.
Como ya explicitábamos anteriormente, en primera instancia Barthes comprende al signo o significante del segundo orden semiológico al cual pertenece el mito, de la misma manera que en lo concibe Saussure en su estructura elemental del signo; como el resultado de la asociación de los dos primeros términos, o sea el significante o forma, y el significado o concepto. En este sistema semiológico al cual corresponde el mito, la relación existente entre los dos elementos que conforman al significante no ocurre de la misma forma en que lo hace la estructura elemental del signo. Para Barthes, en el sistema mítico el concepto viene a deformar el sentido que traía consigo el significante o forma, ya que el mito contiene en sí mismo un sentido lingüístico. En el sistema elemental como la lengua, el significado no puede deformar nada del significante, ya que este se encuentra vacío de significado, se encuentra al arbitrio del hablante. En el mito, el significante es una moneda de dos lados, “una cada llena que es el sentido (…) y una cara vacía, que es la forma (…). Evidentemente, lo que el concepto deforma es la cara llena, el sentido”*. Para el autor, el concepto no viene a borrar el sentido, no quita la existencia de éste, sino más bien es una alienación del concepto hacia el sentido.
Otro elemento importante en la estructura de la significación, es que ésta se muestra ante el habla mítica con un carácter imperativo. El carácter imperativo será tomado por el autor como una interpelación, un llamado del mito realizado con ímpetu hacia el interpelado. Por ejemplo, al ingresar a bares denominados popularmente como “picadas” o “chicherías” (como algunos aledaños a la universidad), es notorio observar un determinado tipo de decorado, como carteles sobre los licores ofrecidos con sus respectivos precios, grandes barriles de madera, murallas ralladas y papelitos con variados tipos de mensajes, cuadros sobre campesinos y tiras de banderas chilenas plásticas, de esas usadas para adornar fondas en fiestas patrias, además de música popular como cuecas o rancheras. Todo esto muestra una remembranza a la chilenidad, la evocación al “roto chileno”, a ese tipo determinado de cliente que se encuentra en este tipo de locales. El mito me interpela, me obliga a reconocer la esencia de la chilenidad en este objeto, siendo el concepto de éste el que aparece en toda su extensión.
Es entonces que la palabra que interpela y que se constituye, es una restitución de una palabra que había sido hurtada, pero se restituye en un lugar diferente a donde anteriormente se encontraba constituida. Es por eso que el mito se considera como una palabra robada y devuelta.
Otro término a considerar dentro de la significación es la motivación que contiene, porque siguiendo con las asimilaciones de la estructura del signo y el metalenguaje de Barthes, el signo en primera instancia, contiene un carácter arbitrario. Pero esta arbitrariedad de la significación mítica contiene ciertos márgenes, ya que ésta nunca es plenamente arbitraria, sino que contiene indicios de una cierta motivación. Para el autor, este punto es primordial, ya que “la motivación es necesaria a la duplicidad misma del mito, el mito juega con la analogía del sentido y de la forma: no hay mito sin forma motivada” . La motivación es una condicionante peligrosa para la significación, ya que cuando es el sentido común el que mitifica, las motivaciones pueden caer en significaciones absurdas y conceptos que no representan a la forma de manera total.
Si bien ejemplificamos a grandes rasgos los aspectos primordiales de la estructura de la significación en el mito, ahora daremos paso a lo que tiene referencia con la lectura y desciframiento del mito. Hemos transitado por toda la estructura del metalenguaje que posee el mito, comprendiendo en cierta medida como es el funcionamiento interno de la connotación mítica, ahora como decíamos, veremos que el mito se recibe de diversa manera dependiendo de la cara del significante en la que ponemos mayor atención; si coloco interés en la cara vacía de significante, entonces se da paso a que el concepto llene la forma del mito, mostrándose una significación de carácter textual. En cambio si damos atención a un significante lleno, seremos capaces de discernir entre la forma y el sentido, entonces veremos la deformación que produce uno sobre el otro, por lo que suprimiremos la significación del mito, recibiéndolo como una impostura. Y en el último caso, al concebir el significante de mito como una totalidad confusa entre sentido y forma, comprenderemos la significación del mito de forma imprecisa.
Para el autor, las dos primeras formas de recepción del mito son destructivas, ya que una lo desenmascara o muestra netamente la intención que contiene el mito. La tercera perspectiva contiene un carácter versátil, donde para el lector puede tomar formas verdaderas o falsas. Es en el último enfoque donde se detendrá el autor a analizar el mito, porque es en este espacio donde el mito podría pasar de semiología a ideología, ya que se podría pensar que el mito es cae en extremos demasiado contundentes, demasiado claros para ser aceptados, y a su vez demasiado sombrío para ser confiable, pero el mito no viene a ocultar ni mostrar nada, el mito viene a realizar un quiebre, una torción. El mito a raíz de lo antes postulado, comienza a desconfiar del lenguaje, ya que este suprime el concepto si lo oculta, y lo desenmascara si lo muestra, entonces ante la amenaza de desvanecerse si opta por una de las dos opciones antes mencionadas, opta por una solución que es facilitada por encontrarse en un segundo sistema semiológico, que es naturalizarlo.
Aquí, después de un largo camino de explicaciones, que consideramos necesarias para la comprensión de este importante punto, vemos en esencia como el mito llega al punto culmine para lograr una estructuración del sentido común. En palabras del autor “Estamos en el principio mismo del mito: él transforma la historia en naturaleza” . El sentido común es estructurado cuando la historia se naturaliza, cuando la imagen del significante pareciera ser la que constituye al significado, y ésta es la forma que necesita el mito para poder desarrollarse.
Por ejemplo, al ver una publicidad de pastas o fideos, éstas generalmente aluden a mostrar lo natural de la pasta, colocando tomates frescos alrededor del producto, o espigas de trigo para dar credibilidad a la elaboración del producto. Pero más allá de los accesorios utilizados para convencer al público de la elección de tal producto, el artilugio más utilizado y que viene a provocar de manera profunda al espectador, es exponer la “italianidad” del producto, como sinónimo de tradición, de la esencia de la pasta. Es entonces donde embases del producto hacen su trabajo, poseyendo en gran medida colores relacionados con la bandera italiana (rojo, blanco, verde), además de nombres que tienen que ver con la lengua de esa cultura (Lucchetti, Carozzi, Parma). Vemos acá como el mito de la “italianidad” de la pasta nos presenta un mensaje como sentido común, recibimos las pastas como signo inequívoco de la cultura italiana, y es naturalizado por nosotros de forma cabal, llegando a creernos italianos por comer pastas o sus derivados. El mito se constituye como tal, en el instante en que nosotros naturalizamos la pasta como símbolo de la cultura italiana, aunque este comprobado que ésta tenga sus orígenes en China. Es por esto que Barthes planteaba que “el mito es un habla excesivamente justificada” .
Vemos a través de este ejemplo, como el mito logra que el lector racionalice el significado por el significante, el sentido común se estructura en el momento en que el naturalizamos la historia, la asumimos como dada, sin preguntar siquiera si es verídico o no, no da pie a interrogantes, y esa es la labor del sentido común. Es a partir de esta estructura en donde comenzamos a dar por “obvias” muchas situaciones o expresiones que se encuentran a nuestro alrededor; naturalizaciones míticas como la expresión totémica del vino francés, la moda del plástico como imitación, el mito de la “comunidad” humana, que aunque hoy en día existen una cierta tendencia a la homogeneización, las nuevas generaciones buscas dar subsistencia al carácter de la diversificación, todas estas expresiones son el habla del mito, un habla que a través del recorrido que lleva el metalenguaje produce un sentido común, que como vemos no posee mucho de común, y a veces tampoco de sentido.
-Barthes, Roland. “Mitologías”, Editorial Siglo XXI. México, 1981