Hace
algunos días atrás se celebró el día internacional de la mujer, ocasión en la cual las ofertas de
multitiendas y centros de estética se multiplican por doquier. El mercado es un
ser que transforma todo y lo equipara a su gusto, convirtiendo fechas y
celebraciones en meras ventas nocturnas.
La
memoria es un privilegio de unos pocos, ya que la moda es olvidar el origen de
las cosas, no sabemos qué y por que celebramos, solo sabemos que hay que
conmemorar algo y mejor si lo hacemos comprando. El día de la mujer, fecha en
que se conmemora las reivindicaciones políticas y sociales del género femenino,
además de la muerte cercana a esta fecha de ciento de mujeres inmigrantes en
una fábrica textil en Estados Unidos, nos hace ver que su origen político se ha
desvirtuado con el pasar de los años.
Las
condiciones de vida del mal llamado sexo
débil no han cambiado en demasía, ya que la mujer sigue siendo una ciudadana de
segunda clase, donde las leyes laborales y de salud la perjudican por tener la
maldición de traer hijos al mundo. De cada 10 pobres 7 son mujeres, y apenas 1 de cada 100 tiene propiedades a su haber. Son muy pocas las mujeres que participan en política y
tienen algún poder de decisión claro, siendo voz de los discursos masculinos de
sus compañeros de partido.
Además
tienen que combatir con la serie de imágenes y estereotipos con los que los
medios masivos bombardean diariamente a las féminas de mundo. Que la gordura es
antiestética, que si están delgada tienes que tonificarte, que hace yoga,
pilates, que el castaño dejo de ser moda, que el rubio también, que los pechos
se ven mejor como bolas de bowling, que los labios de pato son estéticos, que
las arrugan son marcas que solo llevan los pobres. Si ya es una carga ser mujer
en una sociedad machista, se le suma la obligación de verse bien para poder
destacar en una selva subyugada a los machos dominantes.
Ante
la superficialidad y los cánones de belleza impuestos desde el primer mundo,
nos rebelamos y caímos ante los pies de la belleza latinoamericana, ante los
pómulos prominentes y la tez morena (que no es producto del solárium sino de
siglos de trabajo bajo el sol andino). Porque la verdadera belleza de la mujer
no pasa por los kilos de más o de menos, no está en ser una modelo de dior,
sino en su entrega y fortaleza. Mujer bonita es la que se levanta de madrugada
a trabajar por sus hijos pequeños, la que trabaja la tierra, la que atiende
niños ajenos, la que enseña a otros hijos a leer y escribir. Mujer bonita es la
preocupada por sus hermanos menores, por los animales, la que se desgarra ante
el dolor ajeno, la que se quema las pestañas estudiando y que luego está con
puño en alto en la calle luchando por una educación de calidad. Mujer bonita es
la mapuche que hombro con hombro lucha con sus hombres para recuperar sus
tierras, su herencia y origen. Mujer bonita es la que no tiene miedo de
reconocer su sexualidad, la “desviada” que ama con pasión a su compañera. La
mujer bonita no está en las gigantografías de las multitiendas, ni aparece en
los comerciales de la televisión abierta. La mujer bonita está haciendo el aseo
en el hogar, buscando nuevas formas de generar recursos para su casa, está
llevando al hombro su propio negocio, peleando con hombres que quieren pasarla
a llevar. Está haciendo ollas comunes en situaciones complicadas, está
encapuchándose y haciendo barricadas cuando es necesario, está en la junta de
vecinos, en el centro de madres, en las iglesias populares, dándole de comer al
que no tiene. Mujer bonita es la que por necesidad se transforma en inmigrante,
dejando hijos y familia para buscar oportunidades en otro país. La mujer bonita
está investigando, leyendo, escribiendo para los que no saben leer como diría
Galeano. Mujer bonita es la que lucha, y
si es por eso, la belleza femenina está en el mundo entero.
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