2 de diciembre de 2011

La entrevista de trabajo: Tortura del siglo XXI

¿Quien dice que con la llegada a la democracia las torturas dejarían de cometerse a la luz del día? Las entrevistas de trabajo son instancias donde se someten a vejámenes de diverso calibre a postulantes que lo único que quieren es ingresar al competitivo mundo laboral. Para esto se han creado un montón de instrumentos que atacan las inseguridades, miedos y defectos de los aspirantes a los puestos de trabajos.

La primera instancia de tortura es la sala de estar o la fila (dependiendo del nivel de trabajo, puede ser la calle donde te pasa a buscar el camión si eres inmigrante). Te sientas y comienzas a observar a tu competencia, vez como visten y si van demasiado arreglados comparados con tu persona, ya sientes que las posibilidades de quedar disminuyen. En cambio si vez que todos visten de forma similar a ti, te ríes del tipo que llegó de traje mientras todos van semi formal (también en ese instante das gracias a Dios de no haberle hecho caso a tu madre o novia de usar corbata). Pero luego comienzas a escuchar conversaciones ajenas del tipo “¿has probado el nuevo spsscoreldrawfix7.0?” – “claro, tengo un diplomado en ese programa, además del Virtualredtube version4x”. Esto hace que comiences lentamente a enterrarte en tu asiento, ya que solo sabes manejar de manera somera el programa básico que te enseñaron en la universidad.

Luego te hacen entrar a una sala blanca, con sillas ubicadas en círculo, y en un extremo se encuentra el torturador, bajo la máscara de un psicólogo laboral. Me han tocado últimamente mujeres jóvenes de buena apariencia, por lo que me hacen poner más nervioso de lo normal, con aquellas miradas entre analíticas y cachondas que lanzan constantemente. En ese momento comienza la entrevista preguntando sobre porque nos interesa la oferta laboral. Algunos se lanzan con odas hacia la empresa o el trabajo, como si alabar un empleo fuese razón para dejarlos trabajando, mientras yo solo digo “por el dinero”, bueno, no lo digo lo pienso, pero sería tremendamente sincero decir eso, es por eso que todos nos sentamos ahí, por el vil dinero ¿no?

Luego vienen diversos test, y un ejercicio que particularmente nunca me habían realizado: reunirse en un grupo de cuatro personas y decidir quien no debería seguir en la entrevista. Me siento como en un reality show, como los niños del señor de las moscas. Pero luego me aflora todo el ser maquiavélico que poseo en mi interior, dando razones para que obviamente me favorecen “creo que el criterio de eliminación debería ser la experiencia laboral relacionada con el puesto ¿sería lo mas justo no?”. Todos de acuerdo, además propongo que deberíamos votar en secreto. Miro la psicóloga y me mira con cara de excitación, bueno no se si de esa forma, pero como asintiendo la decisión.

Al final, el test de Luscher, donde te ponen infinidad de colores y debes elegir el que te nazca en el momento. Difícil ya que tiran aquellos colores favoritos, como en mi caso el rojo y el negro. Pero si elijo negro creo que pensarán que le sacaré punta a un lápiz mina y me lo enterraré en la yugular, y si elijo siempre el rojo que trataré de pegarle con el jarrón del agua a la psicóloga y violármela en el salón (la verdad es que lo pensé por un momento). Entonces elijo colores que nunca en mi vida hubiese elegido, amarillos, violetas, azules reyes, y todos aquellos matices de colores que sólo las mujeres y los diseñadores saben sus nombres.

Termina la tortura, aflojo la camisa y me voy a mi hogar, esperando la respuesta para la ver si quedo clasificado o no. A los días recibo una llamada diciéndome que fui aceptado en el proceso, por lo que ahora comienza la segunda tortura de comenzar a trabajar, bajo la diferencia que ahora recibirás dinero de por medio y no un vaso de agua plástico.


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