31 de mayo de 2012

Don Clotario Blest


"Perdonad, comprended y luchad incansablemente por la libertad, la justicia y la fraternidad" 

Clotario Blest Riffo
(1899 - 1990)

26 de mayo de 2012

Into the wild; irse a la mierda hecho película





       Todos alguna vez hemos tenido ganas de irnos a la mierda, por alguna discusión con la pareja, pelea con algún pariente, cansados del trabajo, del colegio o la universidad. Mandar todo a la chucha e irse allá donde nadie te encuentre, donde el diablo perdió el poncho como decimos los chilenos.

Into the wild es eso, la historia de  Christopher McCandless (Emile Hirsch) un joven que, cansado de los problemas familiares, del consumismo y de la sociedad entera, se enmarca en un viaje épico por Estados Unidos para llegar a Alaska y vivir en completa soledad, junto a sus libros y sobreviviendo de lo que la madre naturaleza le puede dar.  Durante el camino conoce una serie de personajes interesantes, hippies, turistas, la niña linda, y todas aquellas personas que aparecen en una road movie. Además toda esta emigración está acompañada de una banda sonora elaborada por Eddie Vedder, vocalista de Pearl Jam, lo que le da un toque indie a la cinta dirigida por Sean Pean.


La gracia de la cinta es que a todos los que la hemos visto (en mi opinión) nos dan ganas de irnos a la mierda. De cerrar el muro de facebook y caminar con una mochila llena de libros, de recuerdos, y perderse en la naturaleza, de volver al origen casi de la humanidad,  desde donde venimos.  En un mundo caótico donde al levantarnos lo hacemos escuchando música, en el metro hay televisores, en el trabajo hay música y ruidos molestos, en la calle suenan los automóviles y buses, en la noche la televisión nos acompaña con tonterías, en una sociedad como ésta, el silencio se transforma en un tesoro preciado. ¿Quién no ha sentido ganas de escapar de las deudas, del trabajo monótono, de los falsos amigos, del vivir de las apariencias, de la farándula, de los políticos corruptos, de la enfermedad, de la miseria? A todos nos gustaría introducirnos en la selva y no volver jamás, claro que con una cerveza en la mano y un ojo puesto en el celular.

Cierto es que es verdaderamente difícil realizar una travesía como la hecha por el protagonista de esta cinta, sea por compromisos y responsabilidades, por la familia y amigos o por simple cobardía. El miedo a la soledad es un temor de consideración en nuestra cultura, pero creo que es importante tener momentos de reflexión, a lo mejor no necesariamente huir hacia la cordillera armado de una mochila con libros, sino de buscar un espacio en la vida cotidiana en el cual se ponga a descansar el corazón y la mente, un momento de calma e introspección, de escucharse a sí mismo y no al bombardeo mediático de esta sociedad consumista. Si todos hiciéramos este ejercicio seguido, los fármacos no se venderían como pan caliente y las enfermedades sicológicas no serían una epidemia mundial.

“El hombre solitario es una bestia o un dios” (Aristóteles) 

2 de mayo de 2012

El primero de mayo de José


José se baja del transantiago que lo deja a unas cuadras de la alameda y camina hacia el punto de encuentro que puso la CUT y otras diversas organizaciones que convocaron a la mítica marcha del primero de mayo. El José no porta banderas rojas con la cara estampada del Che Guevara o Allende. No lleva megáfonos, ni lienzos de agrupaciones estudiantiles y de sindicatos laborales. El no va con pantalones con pitillo y parches en la mochila con alusiones a la muerte del capital y la caída de la iglesia. José lleva unas mallas de limones para vender,  el se prepara para trabajar en un día en que todos descansan  o se disponen a marchar por los derechos laborales.

Pero José no tiene derechos laborales, porque no tiene trabajo, es un número en aquellas estadísticas de desempleo del gobierno central. Posee trabajos esporádicos y se las arregla para mantener a su familia, constituida por su pareja y sus dos pequeños hijos. Para el empresariado y parte de la elite nacional, este hombre es un emprendedor, porque se las ingenia para ir funcionando a la par de la contingencia: vende helados en verano, lápices con linternas y bolígrafos en marzo, chocolates y galletones en la entrada al invierno, flores para el día de la madre, juguetes tóxicos multicolores para el día del niño, helados con gusto a copete para las fiestas patrias, dientes de vampiro en halloween, tarjetitas para pegar en los regalos en navidad, antifaces para las fiestas de año nuevo.

A él le gusta que los anarquistas dejen la cagá en las tiendas y que se agarren con las fuerzas especiales, no por una cuestión ideológica, sino porque así el zorrillo comienza a trabajar más temprano lanzando gases lacrimógenos y las ventas de limones se disparan como una molotov.  Entre todo el cabrerío, viejos socialistas, profesoras, dirigentes sindicales, obreros con cascos rojos, sopaipillas, comienza a correr cuando el carro lanza aguas se dispone a apagar un amague de barricada cerca de la calle Manuel Rodríguez. El intuye que luego va a quedar la grande, y comienza a ofrecer los limones a cien pesos.

Los anarcos comienzan a encender otra barricada y a lanzar camotazos al zorrillo, y empieza el juego del gato y el ratón, donde todos huyen despavoridos de del guanaco por las calles interiores,  mientras José se limita a refugiarse con los limones que le quedan detrás de un quiosco junto a unas jóvenes universitarias. Él no entiende de petitorios, de conflictos sociales, no comprende lo que es el sistema binominal ni la ley Hinzpeter, el sólo sabe que los cabros universitarios que marchan con banderas rojinegras, se convertirán en profesionales y tendrán estabilidad económica, mientras que él seguirá con sus pololos y los empleos precarios a los que postula en la Omil de su comuna.

José se alegra por los disturbios al final de la marcha, ya que gracias a eso vendió todas las mallas  de  limones que trajo a la protesta.  Él camina junto a la muchedumbre a tomar el transantiago que lo lleve devuelta a su casa, camina pensando en que los universitarios hagan otra marcha para vender limones, calculando cuánto dinero le falta para comprar su carrito de sopaipillas. José no entiende de capitalismo, plusvalía, coeficiente de gini ni reformas tributarias, solo sabe que cada peso que ahorra es importante para alimentar a su familia y poder llegar a fin de mes.